Uno de los temas más difíciles de tratar en nuestro presente en Colombia, es el estado de la fe Reformada, o mejor de las iglesias que han tenido una poderosa influencia de la fe protestante histórica y confesional en nuestro territorio. Antes de iniciar, de seguro no falta quien pregunte ¿Con qué autoridad escribes? La respuesta es fácil, con la misma que cualquier miembro del cuerpo de Cristo puede hacerlo, ejerciendo su libertad de opinión y de consciencia, y sabiendo que debo cuidar mis palabras ante el Señor. De seguro, habrá distintas opiniones sobre el escrito, eso también es parte de la libertad de los hermanos, de aceptar o rechazar el mismo, en todo caso, no pretendo ser políticamente correcto.
Hace aproximadamente 20 años, se empezó a levantar una segunda generación de hombres que de forma decidida iniciaron procesos de reforma en la iglesia, la línea trazada por algunos pioneros, que contaban con más experiencia sirvió muchísimo para cobrar el ánimo que tal vez faltaba, para enfrentarse a las hostiles aguas de los movimientos de la superfe y la prosperidad que hasta ese momento ejercían una dictadura espiritual más rígida que el acero, toda nueva iglesia que se plantaba en Colombia, tenía que gozar de la cobertura apostólica de alguno de estos farsantes, o eran inmediatamente descalificados; ¡¡cuanta pretensión!!.
Pero Dios en su providencia, envío al país algunos seminarios y otras misiones, especialmente norteamericanas, con profesores capaces de enseñar la Escritura a un muy reducido grupo de hombres, que luchaban contra la tormenta de críticas, claro, la gracia de Dios en ellos era su ancla, y la barca, aunque remecida por los vientos, lograba resistir el euroclidón.
Una de las características visibles y notables de aquellos primeros años, era la amistad cristiana entre ministros, teníamos clara la distinción doctrinal existente entre la visión federal de Westminster y la de Londres, y debo reconocer que aunque las dos visiones de los pactos generaban candentes debates, como los hubo también en la Europa posconfesional, y en los EEUU, en Colombia el tema era asumido con bastante madurez, no creyendo que el que acogía una visión diferente a la que se tenía, era por algún defecto cognoscitivo, ese tipo de acusaciones no las considerábamos dignas entre ministros.
En aquellos años, cuando éramos tan pocos que era fácil decir que iglesia y a cargo de quien estaba en tal ciudad, los hombres de carácter recio, doctrina firme, y convicciones inamovibles, eran los mismos de palabras afables, compañerismo evidente y una generosidad que aún nos harían sonrojar. No era para nada extraño que iglesias reformadas, pero con visiones distintas del pacto trabajáramos de la mano en proyectos educativos e incluso hasta evangelísticos, pero con el crecimiento es inevitable que surgieran conflictos, algunos más serios que otros.
En mi breve análisis quiero centrarme en este tipo de relaciones eclesiásticas, ministeriales, y debo hacerlo desde la consideración de grupos o iglesias y también del carácter de los ministros dentro de la fe reformada en nuestro país, aunque no pretendo ser extenso en mis apreciaciones.
La Reforma nunca ha sido un monolito en el sentido teológico, es cierto que cinco puntos de una gran cantidad de otros asuntos doctrinales han servido para delimitar la soteriología en la que creemos, así como también igual cantidad de columnas de soporte doctrinal llamadas comúnmente las solas de la Reforma, terminaron de cimentar a la mayoría de las iglesias que podríamos definir como protestantes e históricas; no obstantes, estos elementos no son los únicos que nos distinguen.
Hace algunos años uno de los pastores que más admiro nos decía que todo lo relacionado con las doctrinas de la gracia (TULIP) era en realidad sencillo de entender, pues cualquier creyente que se acercara a la Escritura con el deseo vivo de conocer al Señor, podía ver la armonía, el orden lógico, el sentido unidireccional que los reformadores entendieron, y muchos otros antes que ellos, pero otra cosa era comprender los demás elementos que hacen parte de la eclesiología.
Por ejemplo, en una convención de iglesias reformadas, celebrada en la ciudad de Medellín, tuve la oportunidad de encontrarme con una gran amiga, que simpatiza con la fe reformada, es una apasionada de las doctrinas de la gracia, de hecho, entiende a la perfección asuntos complejos de entender, como por ejemplo que los cánticos de la congregación deben ser los himnos, los salmos y los cánticos espirituales, el grave problema es que ella misma se considera una pastora, y por lo menos en aquel momento, no estaba dispuesta a deponer su cargo ante en la congregación y dejar que un hombre con llamado del Señor, asumiera el ministerio. Esto sólo para mencionar un asunto innegociable como es el liderazgo masculino.
Pero también me he encontrado con iglesias en donde predicadores excepcionales, se preocupan por glorificar al Señor Jesucristo en sus sermones, al tiempo que rechazan adorarle como él mismo ha ordenado, dejando de lado el principio regulador, el cual algunos lo desconocen o rechazan haciendo burla de éste. De seguro faltaría mencionar la pluralidad de ancianos como necesaria para constituir y mantener una iglesia local, que se precie de ser Reformada, y todo esto dentro del marco de una confesionalidad viva, que ayude a las iglesias locales a discipular a sus miembros de forma seria y responsable, aprendiendo cada doctrina de forma detallada y a cargo de sus pastores.
En los últimos 10 o 12 años ha surgido una guerra frontal por la aceptación o no de estos distintivos, esta guerra eclesiástica, entre líderes influyentes, va desde lo que podíamos llamar izquierda cristiana, no me refiero a la teología socialista, sino al deseo de abandonar cualquier regulación del servicio cristiano; y los radicales de derecha, que en términos técnicos son neo fundamentalistas.
Éstos últimos son creyentes conservadores, pero todo aquel que no esté de acuerdo con ellos, o tenga algún amigos dentro de las otras iglesias, llamadas peyorativamente neocalvinistas o neoreformados, es sentenciado inmediatamente y sin juicio a la hoguera de la separación secundaria, me refiero a una clase de doctrina diabólica, que ha alcanzado su clímax en mi país, más a causa del odio que proclaman sus adeptos hacia otros cristianos, y en especial ministros, que por razones bíblicas válidas, pues esta ideología no es bíblica, y no aparece en ninguna confesión de fe histórica, por lo tanto, los que califican a otros evangélicos que han abrazado algunos puntos de la fe reformada, como neocalvinistas, ellos también caen dentro de esta categoría creada para los innovadores.
Ahora bien, cuando se habla de neocalvinistas, tengo la sensación de que tal categoría no existe, pues históricamente el término fue usado por Abraham Kuyper y algunos otros gigantes de la teología neerlandesa, en forma bastante positiva, de hecho, mucho se ha escrito sobre el efecto del calvinismo en la sociedad occidental a través de la iglesia organizada, sin que eso signifique necesariamente ser reconstruccionista, me refiero a la idea ya ampliamente diseminada de quienes desean implementar la Ley de Dios en la sociedad civil de nuestros países, mediante la legislación humana tradicional, esta es la forma sencilla de explicar un asunto realmente complejo.
Pastor Alexander Mercado