Una de las situaciones que va en detrimento de nuestra fe, podemos observarla en hombres como Moisés, David, y de nuevo Pedro, que se atrevieron a confiar demasiado en sus propias capacidades para resolver los asuntos del reino. Al primero de nuestros héroes, lo vimos en Egipto metiéndose en los asuntos de Israel, aun cuando no era el momento decretado por el Señor para intervenir (Éxodo 2: 11-25). Tuvieron que pasar cuarenta duros años de instrucción en el desierto para que el hijo adoptivo de la hija del faraón, se graduara con honores en obediencia y obtuviera un doctorado en mansedumbre, teniendo como instructoras a las más capaces ovejas de su suegro.
También vemos en David uno de estos casos de gran confianza en si mismo, cuando ordenó al comandante en jefe de sus ejércitos, censar al pueblo, sin que Dios se lo hubiera ordenado (2 Samuel 24), para de esta forma satisfacer su deseo de seguridad el cual no reposaba en aquel momento en el Señor, sino, en las tropas de su ejercito. El resultado de esta gran osadía, fue la muerte de setenta mil hombres del pueblo.
El tercer caso, nunca está de más, pues Simón Pedro es el ejemplo perfecto de un creyente formado en el fuego de la prueba, recordemos que éste le había dicho al Señor, que nunca le negaría aunque eso significara la muerte (Mateo. 26: 69-75), más tarde observamos al Apóstol negando a Cristo.
Todos estos modelos de hombres de Dios, nos llevan a pensar que el individualismo y la autoconfianza no es un mal exclusivo de la sociedad postmoderna, el problema está en que en nuestra era, los medios masivos de comunicación unida a la obra del anticristo en la iglesia han llevado a los creyentes a pensar como seres autónomos, independientes de todos los demás y aún, soberanos de su mundo, emancipados del Dios vivo, cuyas exigencias deben ser cumplidas desde el momento mismo en que son formuladas.
El accionar de esta doctrina individualista es sutil, pues cuando se envuelve en el recipiente adecuado; hasta parece evangelio bíblico. La predicación de la confianza en nosotros mismos nos conduce a la falsa seguridad de que podemos lograrlo todo, y lo que necesitamos de Dios es solamente una pequeña ayuda, siendo que la realidad expresada en la Escritura es totalmente diferente, pues en sus páginas el Altísimo se presenta como el Todosuficiente (El Shaddai), que no requiere de nosotros, pero que por su misericordia nos concede el privilegio de participar como colaboradores del reino en las actividades que Él mismo podría realizar.
Nuestro siglo es preferiblemente individualista, y la única diferencia con las épocas en donde ocurrieron los eventos de la historia de la salvación es que en esta era se promociona más y se invita a vivir sin relacionarse con nadie, menos aún con Dios, a quien no podemos evadir (Salmo 139: 7-12). La idea de que todo lo podemos hacer desde el hogar y sin la ayuda de nadie, es nociva y rompe con la solidaridad y amistad que debe existir entre los hombres, pero lo más grave es que dificulta la entrada del evangelio salvador al corazón de las personas.
Los creyentes, hemos caído en ese mundo individual, tal síntoma es todavía más claro en las mal llamadas megaiglesias, en donde los programas eclesiásticos están diseñados para satisfacer los deseos de los diversos grupos y capturar a los visitantes, aunque estos no sean conversos, pero por los general no se encargan de proclamar que el corazón perverso del hombre solo puede encontrar reposo en Cristo, cuando el Santo Espíritu lo regenera y recibe por la gracia una visión del Hijo de Dios.
Al parecer el deseo de los dirigentes de la mayoría de las congregaciones, es el de adaptarse a los requerimientos del mundo, de parecerse más al medio que los rodea que diferenciarse de él, y esa idea florece en la mente de los hombres, llegando incluso a creer que el evangelio no debe ser incomodo para quienes lo escuchan, sino una refrescante fuente que calme momentáneamente las penas, aunque no le digan la verdad. Y debemos reconocer que en este comportamiento teatral y farisaico las congregaciones han tenido cierto éxito, comprándole al mundo, sus obras, danzas, y aún filosofía de vida.
Dice Martin Lloyd-Jones en su libro Cristianismo Auténtico: Las iglesias para ganar adeptos, por lo general acuden a algún tipo de actividades como el teatro, la danza.los conciertos musicales y otra serie de actividades que en realidad el mundo hace mejor.[1] Y esto es cierto, porque si en lo particular deseara ver una buena obra de teatro prefiero a los grupos no cristianos que tienen actores profesionales y no a improvisados creyentes, que aunque tengan buenas intenciones, seguramente no cuentan con la preparación escénica que les permita transmitir lo que se desea. Así mismo ocurre con las otras actividades citadas, y la razón es simple, la Iglesia del Señor no fue constituida por Jesús para actuar, danzar, o realizar ninguna de esas acciones banales, sino para proclamar a Cristo y a éste crucificado.
Quiero decir con esto, que lo más importante para los hombres de Dios no es entretener a un grupo heterogéneo de personas que tiene diversas maneras de interpretar la religión, sino la de predicar a Cristo que es el que nos une en un mismo sentir, en un mismo espíritu de comunión y amor.
La banalización de la iglesia es uno de los males que ha permanecido a través del tiempo, las congregaciones se han ocupado de toda clase de pequeñeces invirtiendo el orden de los factores, que en la realidad práctica si altera el producto. Por ejemplo, durante la década de los setenta y tal vez al principio de los ochenta, desde los púlpitos no se predicaba otra cosa que no fuera la mal llamada santidad externa, y el énfasis recaía sobre la forma de vestir, o si era pecado ir a cine. No dudo que todo esto fueran preocupaciones de hombres piadosos aunque muy poco estudiosos de las Escrituras, pero el hecho es que estas discusiones por lo general atrasan el desarrollo de la Iglesia.
No me mal entienda, no estoy diciendo que el creyente puede hacer lo que mejor le parezca, pero como dicen algunas de las confesiones de fe, muchos tópicos son parte de la prudencia cristiana, y seguramente habrá buenos escritos sobre éstos temas. Pero mi insistencia la acentúo sobre las doctrinas, pues éstas se relacionan directamente con la salvación del hombre.
Las doctrinas son la base sobre la que descansa todo el cristianismo histórico, pero cuando la iglesia desplaza la enseñanza bíblica, se vuelve individualista y caprichosa. Es por esto que debemos cuidarnos de los falsos maestros que son los profetas de la falsa religión y encargados de pervertir con su maldad la sana Palabra.
[1] Citado no literal del texto Cristianismo Autentico Tomo 1. Por Martin Lloyd Jones. Estandarte de la Verdad
Doctor Alexander Mercado Coyante
Pastor
Natural de la ciudad de Barranquilla, del 8 de septiembre de 1970. Pastor Ordenado como Anciano en la Iglesia Bautista Reformada Salvación y Vida Eterna de la misma ciudad. Doctor en Ministerio Cristiano, y Master en Teología del Seminario Internacional de Miami; felizmente casado y padre de dos hermosos hijos.
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