Desde la etapa posterior a la reforma, se notó un creciente interés de los creyentes por estar junto a todos aquellos que tenían una misma forma de pensar en lo relacionado con las verdades de la fe. Por esta razón los credos y confesiones se hicieron cada vez más estrictos y enfáticos en las doctrinas, definiendo en artículos o capítulos lo que se entendía como la verdadera enseñanza de la Escritura. Tal celo, produjo resultados tan magníficos como la Confesión de Westminster, que en la actualidad enmarca la creencia de la iglesia presbiteriana en casi todo el mundo, pero podríamos mencionar también los 39 artículos de la iglesia anglicana, o la Confesión de fe Bautista de 1689.

El propósito fundamental de éstos y otros documentos, todos ellos de origen protestante, era el de cerrar el paso a cualquier doctrina que no se considerara sana para los creyentes, sin embargo, en nuestra época parecen haberse olvidado los estandartes y se han producido mezclas, que en la mayoría de los casos no han significado aportes para el crecimiento de la teología y vida cristiana, sino por el contrario el resultado de tanto sincretismo ha sido una especie de neutralidad paralizante, que al no definir posiciones dogmáticas, permite el paso de toda clase de herejía.

Sobra resaltar, que en la Biblia hay una advertencia muy clara sobre este asunto en 1 Timoteo. 6: 3-5, el propósito de estos versículos es evitar la contaminación que daña no solo la mente, sino nuestra conducta y testimonio ante el mundo, pues como todos sabemos, la falsa doctrina redunda en mala práctica.

Noto con preocupación como en los últimos treinta años las religiones orientales parecen ganar cada vez más adeptos dentro de las congregaciones cristianas, y lo peor es que ni siquiera los líderes de las iglesias, ni mucho menos los feligreses saben que no le sirven al Dios del la Biblia, sino a los ídolos de las naciones, entre ellos, Mamón, el aberrante dios del dinero (Mateo 6: 19-24).

Y es que la materialización de la iglesia genera una gran pobreza espiritual, pues es imposible que podamos servir a dos señores a la vez. Cuando nuestro corazón corre a buscar las riquezas y la estabilidad en este mundo bajo el pretexto de que por ser hijo de Dios, lo merecemos todo, entonces lo más probable es que lo perdamos todo.

Es curioso que en nuestro tortuoso presente latinoamericano, los puntos que más unan a las iglesias locales, sean precisamente los que se relacionan con las falsas enseñanzas. Cuan doloroso es observar a hombres que antes fueran creyentes, o por lo menos aparentaban serlo, y verlos hoy tendiendo puentes que los conecten con movimientos apostatas, por ejemplo la iglesia de Roma, cuando el único llamado que debería hacerse a estas personas es al arrepentimiento.

Muy cierto es que podría ser acusado de intolerante, de falto de amor, de estar cerrado a una posición teológica y tantas otras críticas que siempre escucho cuando toco estos temas, sin embargo no estoy hablando del trato con los que no siguen a Cristo, estoy defendiendo la doctrina del Señor, la que salva, la única en el universo que nos revela la vida eterna y nos aparta de las llamas del infierno, no puedo entonces callar y pretender que nada pasa.

Jonathan Edwards decía: “Si un padre de familia observa que su casa se está quemando y dentro se encuentra su hijo, no gritará acaso para salvarlo, aún gastará su voz pidiendo ayuda, pero jamás permanecerá impasible.”[1] Esta es la concepción que tenemos muchos creyentes y deseamos que los hombres escapen del fuego hacia un lugar seguro, y ese se encuentra solo en Cristo.

[1] Citado no literal del texto: La Supremacía de Dios en la Predicación. Por John Piper. Publicaciones Faro de Gracia.

 

Doctor Alexander Mercado Coyante

Doctor Alexander Mercado Coyante

Pastor

Natural de la ciudad de Barranquilla, del 8 de septiembre de 1970. Pastor Ordenado como Anciano en la Iglesia Bautista Reformada Salvación y Vida Eterna de la misma ciudad. Doctor en Ministerio Cristiano, y Master en Teología del Seminario Internacional de Miami; felizmente casado y padre de dos hermosos hijos.

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