Toda la Escritura presenta al humano como un ser caído y cuya inclinación es de continuo al mal. Desde el libro de Génesis (capítulo 3) podemos observar que la historia de nuestra raza se caracteriza por el fracaso en su búsqueda del Dios verdadero. Sin embargo, el Señor se proveyó para si hombres de acuerdo a su voluntad para a través de ellos testificar de su gloria en el mundo. Es así como observamos a creyentes del talante de Noé, Abraham, Moisés, Josué, Samuel, David, Daniel  y tantos otros que un su corazón deseaban más que cualquier otra cosa servirle al Altísimo.

Estos hombres al igual que los de la época en que Cristo se encarnó, y los del tiempo posterior a los apóstoles, experimentaron el mismo tipo de dificultades, pues el hilo común que unía sus naturalezas era el pecado y ellos vivían en una sociedad transgresora. Por lo tanto es sencillo relacionar a Abraham con Moisés, y a su vez a éstos con Daniel, o aún con los creyentes del Nuevo Testamento como Pedro o Juan. Todo esto a pesar que entre Abraham y Moisés pasaron más de cuatrocientos años, y aproximadamente mil cuatrocientos años desde Moisés hasta la venida de Cristo, pero en cada uno de ellos observamos las mismas dificultades que afrontaron sus hermanos de otras eras.

Lo que acabo de expresar debo probarlo en la Escritura, pues bien, abrámosla. Cuando observamos la vida de Abraham, notamos que el padre de la fe provenía de una familia acomodada de la ciudad caldea llamada UR. Allí recibió el llamado de Dios para que dejándolo todo, le siguiera (Génesis 12: 1-2), el libro de Josué relata que en ese primer momento, el que llegaría a ser un gran creyente, aún era pagano (Josué 24: 2), pero atendiendo la voz del Todopoderoso salió de aquella tierra y por la fe caminó con el Señor hasta Canaán.

Abraham, enfrentó desde el principio el problema de la incredulidad, y entendemos que si Dios no lo hubiera llamado de forma directa y sobrenatural, jamás hubiera podido acercarse al Señor para tener comunión con Él. Desde ese momento aquel creyente tuvo que luchar contra el statu quo impuesto, que se caracterizaba por la idolatría, debido a esto el Señor demandó de Abraham (Abram) la salida inmediata de su tierra, de su parentela, y más específicamente de la casa de su padre.

Esto es bien interesante, hasta el punto que algunos han llegado a decir que fue un gran error de Abraham cargar con su idolatra progenitor, pues el mandato del Todopoderoso fue bastante claro: “…sal de tu parentela, y de la casa de tu padre.” Lo que implicaba dejarlo todo para ir en pos de Dios.

Resulta evidente, la presión familiar que ejercía Tareh sobre su hijo, pero Dios siempre ha dicho que es necesario dejarlo todo si deseamos servirle. Nuestro Señor Jesucristo les recordó la demanda de exclusividad que la Deidad exige a los hombre cuando dijo: “Si alguno viene a mi y no aborrece a padre y madre, mujer, e hijos, y hermanos y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.” Lc. 14: 26. Es cierto que el pasaje no sólo debe ser interpretado de manera negativa, en el sentido que cuando llegamos al Señor de inmediato se genera un conflicto con los de nuestra familia. Se trata más bien que cuando nuestra familia interviene afectando la nueva relación con Cristo, entonces debemos preferir al Señor, lo que implica aborrecer a los que, según la carne, son de nuestra casa.

Tal verdad no debería sorprendernos siendo que se repite en otros lugares de los evangelios (compare con Mt. 8: 18-22; Lc. 9. 57-62), la sorpresa se produce solamente en el corazón de aquellos que no entienden que el amor del creyente para con Dios debe superar infinitamente a los débiles sentimientos que entregamos a los familiares y demás seres humanos.

Ese versículo del libro de Lucas (14: 26) es comentado por John MacArthur como sigue: “Una frase similar en Mateo 10: 37 es la clave para entender este mandato difícil, el “aborrecimiento” al que se alude aquí significa en realidad “menor amor”. Jesús llamó a sus discípulos a cultivar un amor tan grande hacia Él, que su apego a todo lo demás, incluidas la propia vida de ellos.”[1]

Como podemos notar, tanto en el tiempo de Abraham, como en el de Jesús, y en consecuencia el nuestro, de continuo nos enfrentaremos a duras crisis de elección entre el mundo que nos rodea, representado por familiares, amigos y todo lo que deseamos, y el amor por Cristo. Tal situación es una dificultad común para los creyentes de todas las generaciones, pero no la única.

[1] Biblia Reina Valera 1960. Comentada por John MacArthur. Página 1395. Editorial Portavoz.

Doctor Alexander Mercado Coyante

Doctor Alexander Mercado Coyante

Pastor

Natural de la ciudad de Barranquilla, del 8 de septiembre de 1970. Pastor Ordenado como Anciano en la Iglesia Bautista Reformada Salvación y Vida Eterna de la misma ciudad. Doctor en Ministerio Cristiano, y Master en Teología del Seminario Internacional de Miami; felizmente casado y padre de dos hermosos hijos.

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