Pero volvamos con lo que hemos denominado la izquierda cristiana, estos hermanos, la mayoría son de iglesias independientes, cuyos pastores no tienen ningún interés en ser llamados “reformados”, ellos lo dicen abiertamente, odian las “etiquetas”, detestan el uso de las confesiones de fe, y el principio regulador lo ven como algo acartonado, o como una ceremonia sobreviviente de una época antigua a la que los calvinistas no deseamos renunciar. Aunque parezca extraño, con ellos no tenemos problemas, porque nunca han dejado de ser evangélicos y no tienen más pretensiones de ser lo que son. De hecho, con algunos nos llevamos muy bien, y no tengo problemas en señalarles en dónde creo que están sus errores doctrinales y obviamente, las incoherencias de las prácticas litúrgicas.

No obstante, el asunto se vuelve bizarro y genera una controversia ineludible, cuando estos hermanos, cuya identidad congregacional es una mezcla de la teología de Calvino, con el avivamiento de Wesley, o de los íconos anglicanos con la visión doctrinal del uso de las imágenes de Zwinglio (entiéndase que deseo representar un contraste incompatible), se hacen llamar así mismos los nuevos exponentes de la Reforma, pero al tiempo que reclaman tal prerrogativa, inician un ataque contra todo aquello que representa la fe histórica protestante.

Ya no me es extraño observar en las redes sociales, acusaciones para quienes leen la institución cristiana, o instruyen a la iglesia usando catecismos históricos o las confesiones de fe, les hacen sentir culpables por no entender lo que ellos denominan “el contexto actual de la fe”, invitan a proclamar “algo más práctico”, un evangelio que muestre a Cristo, empero, todo esto desconociendo la historia de la iglesia y la labor excepcional de miles de maestros que han legado tantas enseñanzas valiosas a los creyentes en Cristo.

Hace un par de años, vi una serie de ataques sin ninguna clase de medidas en contra de las confesiones históricas de fe, su valor se redujo al de un documento histórico, pero sin efectos prácticos reales para la enseñanza de la iglesia, de hecho algunos en forma burlesca, nos acusaron de tener a las confesiones de fe a la altura de la Escritura. Sobre una acusación de esta magnitud, no creo que se requiera presentar defensa, pues en nuestro mundo actual casi todas las iglesias reformadas tenemos un recurso tecnológico que sirve de testigo ante el mundo, nuestras redes sociales. Todo lo que enseñamos es público, de tal manera que como dicen los abogados, el peso de la prueba está sobre ellos, y el peligro para su reputación es enorme, pues si los miembros y asistentes a sus servicios son cuidadosos en revisar estos materiales, de seguro notarán que alguien miente sobre el asunto, y ese alguien no somos los confesionales.

Ahora bien, todo aquel que escribe en contra de un hermano de forma decidida y apasionada, puede ser por una diferencia de criterio sobre un punto particular o un grupo de situaciones más amplias, pero he notado con tristeza, que casi siempre se trata de cuestiones personales, tales como expectativas no cumplidas, por ejemplo, no me diste lo que yo creía que merecía, lo más frecuente es un cargo eclesiástico, que en el peor de los casos, si el hombre se equivoca y la persona era un ministro llamado, Dios no se equivoca y eso debería ser suficiente para reposar en su voluntad.

No obstante, en la gran mayoría de los que aman las contiendas, tanto de izquierda como de derecha, lo que vemos es una gran influencia del espíritu de este mundo que clama venganza por la afrenta sufrida, procura ofender a todos los que no piensan como ellos, y al momento de ser rebatidos se victimizan acusando a los hermanos de falta de amor, entendiendo el amor como algo unidireccional, que sólo se recibe, pero nunca se entrega, y de la misma forma se exige respeto, consideración, un comportamiento ético para con ellos, al tiempo que se destroza la reputación de hombres de fe que han servido al Señor durante muchos años.

Todas estas son características comunes de la generación llamada por algunos sociólogos los “copito de nieve”, aunque creo que tal carácter se encentra más a tono con lo que el apóstol Pablo denomina, los hombres de los postreros tiempos, a quienes la Biblia define como, sin afecto natural. Pero ¿Qué debemos hacer entonces en un ambiente complejo como en el que vivimos?

Lo primero es no caer en la trampa del odio, el ser un “haters” es una labor ingrata, pues mientras más atacas a tu oponente, más te hundes en el resentimiento de un alma oscurecida por el pecado, es cierto que en cuanto dependa de nosotros debemos procurar estar en paz con todos los hombres, pero muchas veces, eso no es posible, y en consecuencia el asunto queda irresoluto, en esos momentos queda confiar en el Señor y esperar pacientemente, sin que esto signifique soportar aún los ataques doctrinales, no creo que a los hijos de la Reforma protestante, sea tan fácil batirlos en duelo argumental sobre doctrinas, pero el escenario adecuado para un debate respetuoso no creo que sea el muro de Facebook, ni alguna otra red social, sino los eventos ordenados frente a testigos, pero de seguro esto es mucho pedirle a quien te aborrece.

En el aniversario de los 501 o 502 años de la Reforma protestante, tuve la oportunidad de compartir una conferencia en donde manifestaba mi gran preocupación de que la fe reformada se podía convertir para una gran parte de los evangélicos, es decir, en una moda, y por lo tanto, de forma consciente o inconsciente, quienes la abrazaran podían dejar abiertas algunas puertas para regresar a sus lugares antiguos, con las manos y la boca llenas de tulipanes (TULIP), pero en su corazón un muro que separa estos cinco puntos, del resto de su congregación, que tarde o temprano, volverá a ser consumida por el fuego destructivo del neo protestantismo, en todas sus variantes.

La era de la inmediatez exige resultados inmediatos, lo vemos hasta en los deportes de conjunto, por ejemplo, en toda Latinoamérica, los técnicos de los equipos de futbol no duran si no dan resultados, esa misma parece ser la consigna de los líderes de hoy, quienes no resisten los procesos de formación más largos, para ellos pareciere ser más importante sacar cristianos en serie, la meta de muchos sigue siendo el iglecrecimiento y no el discipulado, se desconfía de la soberanía de Dios y el corazón se vuelve a los números, y así como David intentan valorar su “representatividad y poder” mediante el censo del pueblo y no tienen en cuenta al Todopoderoso que es quien sostiene a su iglesia.

Otra cara de la moneda es la ausencia de crecimiento debido a la carga de leyes que ahuyentan a quienes están buscando al Señor, y cuando corren de la sinagoga perversa, entonces los acusan de no ser verdaderos cristianos, por no querer abstenerse de comprar la comida el domingo después del servicio.

Todo lo anterior debe llevarnos a considerar, que la unidad de la iglesia no significa un programa de uniformidad, el Señor ordenó a Juan el Apóstol escribir siete cartas a siete iglesias de Asia Menor, cada una tenía sus pecados, y todas, excepto una poseía alguna virtud, pero todas, eran la amada de Jesucristo. La paz es un bien que necesitamos cultivar, no una paz a cualquier precio, de seguro hablaremos de cuando en vez, y alguno se va a sentir aludido o herido, pero eso no va a lograr silenciarnos, entonces, entender que somos diversos dentro del cristianismo es fundamental para cultivar buenas relaciones, pero también entender que al igual que un creyente se expresa, los otros también pueden hacerlo.